martes, 11 de agosto de 2009

Un día en el Quirófano - Ultima parte

..."Y si llego a mi fin intentando sere un vencedor, porque es mejor intentar que morirse sin sentir tu voz"...
- Callejeros -

- ¿Queres abrir vos o preferís que corte yo? – Pregunto el indio a uno de los ayudantes.
- Dale. ¿Empezamos por abajo? – Contesto un entusiasmado joven medico.

La idea era estirar lo más posible el tendón de Aquiles, para que el pie llegara a los 90º y así lograr que por primera vez en 15 años, mis huellas en la arena o el barro, estén completas, dejando atrás esas largas caminatas en punta de pie, al mejor estilo Julio Boca. Para los que no saben, el tendón de Aquiles se encuentra en la parte inferior trasera de la pierna, entre el gemelo y el talón y lleva ese nombre gracias a la leyenda que relata al héroe griego (Aquiles) muriendo en batalla al ser alcanzado por una flecha envenenada que le dio de lleno en el talón.[1]

El indio me había explicado que en principio iba a desgarrar el tendón y ver cuanto cedía. De alcanzar el objetivo, la operación sería sencilla y en 40 minutos estaba todo liquidado, ya que no se tocarían partes óseas y solo se trabajaría sobre partes blandas (tendones, nervios, etc.). Pero de no ser posible, había que romper las calcificaciones que estén haciendo tope y no permitan el movimiento correcto del pie. Para esto, había que suplantar con dos “tornillitos” (4 y 6 cm), dos huesitos que se ubican en el empeine y que presentaban una fuerte lesión producto de varios años de inmovilidad.

- Voy a desgarrar el tendón. – Anunció el indio -Ya esta…estira de ahí a ver que pasa.

Cuando uno tiene las piernas anestesiadas no siente casi nada. Y digo casi, por que cuando alguien se apoya con ganas sobre el pie, ejerciendo presión para lograr estirar el tendón, se siente una especie de cosquilleo parecido a cuando a alguien se le duerme un brazo producto de una larga siesta en donde el brazo queda atrapado entre la cabeza, la almohada y el colchón.

Las susurrantes voces se entremezclaban con la música de la radio y mis oídos se esforzaban para escuchar algún dato que de indicios de esta primera intervención, ya que el telón verde me impedía ver algún gesto en la cara de los presentes. Al parecer, el tendón no quiso saber nada. Por primera vez en la lluviosa mañana, había dejado de escuchar voces. De fondo sonaba la típica canción comercial que se escucha en cualquier radio local. De repente, volvieron los diálogos y uno de los presentes, hizo un comentario que no logre entender. Enseguida, el indio contesto que esa opción no era viable.

El ayudante había tirado la idea de fijar el tobillo, esto significaría la perdida total del movimiento del pie de por vida, cuestión que ya habíamos descartado desde el momento en que realice la primera visita al Sanatorio. El Dr. Amado, explicó a los presentes que la decisión la había tomado el paciente, y que había sido muy firme en su postura. “Antes prefiero caminar toda la vida en puntas de pie”, me citó el doctor. El ayudante, se corrió un metro para atrás, movió su cabeza y me miro de reojo.

Era la primera vez que lo veía, pero note algo en su cara que no me gusto. Hace un año atrás estuve a punto de realizar esta misma operación pero con unas dificultades mayores que nunca se me explicaron. Gracias a mi desconfianza hacía las personas con cara como las de este tipo, consulte a mi medico personal quien me advirtió de ciertos peligros que nadie me había comentado en esa primera visita al instituto Dupuytren en Capital Federal. Será por eso que a su mirada le respondí con una cara que parecía decir: “vos serás medico, pero la pierna es mía”. Mientras tanto el indio, cauteloso y profesional como pocos, no perdía tiempo y comenzaba la búsqueda de los llamados “topes óseos”.

Llevaba un buen tiempo desde el comienzo de la operación, pero no tenía ni idea de que hora era. No podía ver el reloj, la radio solo pasaba música y el monitor que indicaba las pulsaciones tenía estancado su reloj en las 8.16, hora en que comenzó la intervención. De a ratos me aburría y me colgaba con alguna canción que me gustaba. Una seguidilla de canciones de rock nacional, me hicieron olvidar donde estaba y me llevaron a pasear por un par de recitales. Cerré los ojos y salí de gira. El primer tema fue Pacifico de Los Piojos y enseguida me sitúe en la lluviosa noche del estadio monumental, donde Ciro y su banda se despedían por tiempo indeterminado. Luego viaje al estadio único de La Plata, donde La Renga interpretaba “Detonador de sueños” ante una multitud alocada saltaba sin parar. De pronto, la voz, pero esta vez del indio (y no Solari) me traía a la realidad nuevamente.

- Acá esta el tope. Justo acá. Lo encontré…¿Lo ves? – Se escucho en la sala…

Me despabile un poco y preste nuevamente atención a lo que se decía. Todos los presentes se empezaron amontonar sobre la punta de la camilla para ver el nuevo descubrimiento. Sin perder tiempo, se organizó como liberar la zona y manos a la obra. Atrás había quedado la armónica de Ciro y la batería del tanque, ahora en el ambiente se escuchaba el ruido de una sierra, que es lo más parecido al torno de un dentista pero un poco mas intenso, seguido de un martillo que golpeaba una y otra vez sobre el empeine de mi pie. En ese mismo momento, una enfermera se acerca para controlar el suero y preguntarme como estaba. Con cara de “Acá estamos. Bien. Vos que contas?”, le di a entender que estaba todo ok.

Como les dije, cuando uno esta anestesiado no siente las piernas y por eso, en principio me costo entender que esos ruidos tenían como destino mi extremidad inferior derecha y no si eran los nervios, las drogas o que?, pero comencé a reírme y mi imaginación una vez mas entro en juego. Una serie de chistes negros, sobre la situación hacían que el momento fuera más llevadero. Mientras tanto, los médicos parecían turnarse para ver quien pegaba más fuerte y por ende subirle el volumen a los martillazos. De pronto, otra vez el silencio. La voz del cacique pedía una vez más que se afirmen con fuerza al pie para ver los resultados.

- Che, cedió bastante. – Dijo uno no muy convencido
- Si, pero todavía le falta un poco. – Afirmó el cirujano, que sabía que ese poco se podía conseguir a fuerza de más golpes.

Las sierras y los martillos volvieron a escucharse, igual o con mas intensidad que antes por un par de minutos mas. El anestesista se presentó en la sala, controlo las pulsaciones, toco un par de cables, me miro y se fue. En ese momento mire para el monitor y ví que oscilaban una vez mas entre las 103 y 109, pero de a rato subían a 159 y luego bajaban a 0[2]. Por un momento pensé, me Morí!!! Pero no, estaba igual que antes pero más aburrido. No sabía que hora era y cuanto faltaba. Nadie me decía nada y por eso deduje que todavía me quedaba un buen rato. Los martillazos cesaron y un nuevo intento para llegar a los 90º.

A la expectativa de una palabra alentadora y así como quien no quiere la cosa, una joven mujer, con gorrito y barbijo se acerca hacia mi y me besa en la frente. Un poco desconcertado y sin tiempo a preguntarle nada, me susurra: “ya esta, ya estamos terminando”. Ok. Que hora es? Le pregunte. Nunca me contesto, tampoco la volví a ver. Mientras tanto, el indio pedía dos tornillos, uno de 4 cm y otro de 6, necesarios para tapar los orificios realizados para cumplir con el objetivo.

La enfermera comenzó a preparar las vendas para el yeso, mientras una ayudante cosía las heridas como quien remienda un parche de un pantalón viejo. Entre las 3 heridas realizadas a lo largo de la mañana, me dieron mas puntos que los que saco Pipo Gorosito en el ultimo torneo. Luego de tres horas, la operación había terminado y el indio estaba por dar los resultados.

De a poco, me fueron sacando todo los cables correspondientes y la enfermera retiro la sabana que cubría mi visión. Ansioso por saber, vi un rostro cansado que me mira y me dice: “Como me hiciste laburar. Tenias un quilombo importante”. Para seguir con este vocabulario especifico de la medicina, le retruco: “yo cuando me mando las cagadas me las mando en serio”. El indio, un poco mas distendido, se ríe y me cuenta que el objetivo se cumplió. Costo mas de lo pensado pero se llego. Da unas últimas indicaciones, se despide y me avisa que a la tarde pasa a verme.

Con las piernas aun dormidas, me cambian de camilla para retornar a la habitación 111, pero antes, la enfermera me indica que ni bien llegue pida calmantes. Ya que cuando se pase el efecto de la anestesia, iba a doler y mucho. Le doy las gracias, saludo y emprendo la vuelta. El ascensor desciende al primer piso. Se abre la puerta y ahí estaban ellos, esperándome los dos, como siempre, como nunca. Incondicionales. Para dar hasta lo que no tienen para que esta ilusión se haga realidad.

Ahora solo queda esperar a la proxima primavera, para dar los primeros pasos y aprender a caminar por 3 vez en mi vida...

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[1] Para mayor información, les recomiendo que miren “Troya”, peliculón.

[2] Alguien me explicó que cuando un músculo, tendón, nervio o parte del cuerpo es castigada de esa manera, el corazón reacciona de distintas formas, Se acelera o desacelera. De ahí la variación de pulsaciones.

martes, 4 de agosto de 2009

Un día en el Quirófano - Parte 2


"...La vida nos jugó una broma
y el destino trazo el camino..."
Alex Lora - El TRI

Ricardo, dijo las palabras mágicas (Che, apreta el botón de ahí) y la puerta corrediza se abrió automáticamente. Del otro lado no había nadie. Levante la cabeza y vi que una enfermera venia dando indicaciones para que me cambien de camilla. En ese momento el nestel de Ricardo sonó una vez más y por un instante se me cruzo la imagen de su compañera ansiosa por recibir el cariño del camillero, pero no..Ricardo tenía que ir a buscar a una viejita al segundo piso, que seguramente correría la misma suerte que yo. Luego de desearme las suertes correspondientes para el caso, los hombres de azul me dejaron en manos de la chica de verde.

El pasillo era largo, pero mi recorrido fue corto. A pocos metros doblamos a la izquierda y entramos en el quirófano numero uno. En el centro y bajo dos enormes juegos de luces movibles estaba la camilla principal, lugar donde reposaría por las siguientes tres horas. Un último traspaso de camilla y a esperar…

¿Qué te paso en la pierna? – Pregunto la instrumentista, mientras intentaba encontrar una vena en mi peludo brazo derecho para ponerme el suero.

La pregunta me era familiar[1] y la respuesta podría haberse extendido por horas. Pero analizando el contexto, decidí responder cortito y al pie (que justo). Tuve un accidente.

La chica me miro y dijo lo que dice todo el mundo: “Pobre. ¿Tuviste un accidente de motos?”.[2] NO…es un poquilito más complejo, otro día te cuento.

La chica se ausento por unos minutos y de fondo empecé a escuchar la melodía de una canción conocida pero con la voz de otro autor que también me era familiar. En la radio sonaba “Las Piedras Rodantes”, tema de la banda mexicana “El TRI” en la voz del enano Teysera cantante de La Vela Puerca, cuando de pronto entro a saludarme un hombre de unos 50 y largo años de edad con una cara de feliz cumpleaños bárbara y un gorrito a rayas con colores rojos y blancos. El hombre se presento. Dijo ser el anestesista y además, estar muy contento por el campeonato obtenido por Estudiantes días atrás. Al ritmo de un típico cantito de cancha, el “pincha” comenzó a enchufar una serie de aparatos, prendió el monitor donde controlaría mis pulsaciones, acomodo un par de agujas, saco un algodoncito, lo mojo en alcohol y llamo a su compañera para que le diera una mano.

Hasta ese momento yo no pensaba más que en una sola cosa. Toda la semana había hablado de lo mismo, de la anestesiada que me iba a pegar por un par de horas. Por fin iba a dormir como un bebe, sin sueños, sin sentir nada, despertándome en la cama de la habitación 111 ya operadito y con mis viejos al lado mirándome con cara de ¿Y como te sentís?.

Pero los médicos no manejaban los mismos planes para la ocasión. La enfermera me hizo sentar de costado en la camilla, me indico que abra las piernas y que me agache como para tocarme la punta del pie, mientras por detrás el pincha me iba a pinchar. Había algo que no me cerraba. Me siento nuevamente y le comento que yo había pedido anestesia total y no la peridural. El hombre, con unos años de experiencia encima, hábil en su trabajo, me dice que luego me darían un toque para relajar y ahí nomás la enchufo sin nuevo aviso. Les digo la verdad: Ni la sentí.

Eso si, a los dos minutos, empecé a temblar como si estuviera durmiendo desnudo en la Antártida. No se si era frió, si era cagazo, nervios o que, pero no paraba de temblar. Por un momento cerré los ojos e intente tranquilizarme, respire hondo por un par de minutos y el tembleque desapareció. Cuando abrí los ojos no había nadie en el lugar y comencé a retemblar nuevamente y esta vez con mas frecuencia. Un frió recorría todo mi cuerpo y mis dientes se golpeaban entre ellos, como si alguien me hubiera robado el choclo que estaba comiendo. En ese momento, se acerca el indio y me pregunta como va la cosa. Por fin una cara conocida…

Luis Amado, más conocido como el indio, es medico cirujano, un hombre tranquilo y sobre todas las cosas un profesional de la puta madre. Esta vez se enfrentaba a la difícil tarea de reacomodar el quilombo acumulado durante quince años en mi pie derecho.

El hombre sin pedir permiso, empezó a manipular mis piernas ya dormidas y me informó que el tembleque era normal y que en unos minutos más se me pasaría. En lo alto de la pared un reloj marcaba las 8.16, hora en la que vi por ultima vez mis piernas y las caras de los médicos.

Una manta verde tapaba mi visión y lo único que veía era ventanas a mis costados que exteriorizaban una fuerte lluvía cayendo sobre la ciudad y por detrás de mi cabeza una serie de aparatos y monitores indicaban que mis pulsaciones oscilaban entre las 104 y 113 por segundo. La radio ya no se oía tan clara como antes y las voces de los médicos me daban a entender que estaba todo listo. Bien despierto y ya sin temblar, escuche las palabras mágicas: BISTURI…



[1] Las estadísticas indican que en los últimos 15 años he respondido a la misma pregunta más de un millón de veces y especialistas en el caso afirman que la tendencia a preguntas similares van en aumento.

[2] Por causas que todavía se investigan, no puedo afirmar por que todo el mundo relaciona mi problema a un accidente en motos. Pero un 80% de las personas que indagan ¿Qué te paso en la pierna?, acompañan su pregunta de un “Seguro te caíste de la moto”.

sábado, 1 de agosto de 2009

Un día en el Quirófano - Parte 1

Pintan mal las cosas para mi viejo,
pintan mal.
Maldición! Va a ser un día hermoso…

La voz del “indio” Solari, indicaba en mi celular que eran las 6.30 y había que levantarse. El 21 de julio amaneció lluvioso, fresco y sin desayuno para mí. Desde las 00.00 hs, en ayuna hasta nuevo aviso. Estudios en mano, salude a zaira, la nueva integrante cuadrúpeda de la familia, y baje desdeel3a, pensando que por 48 hs (mínimo) no volvería a mi hábitat. La S-10 ya estaba en marcha y a la espera para salir rumbo al Sanatorio Argentino.

- Buen día...
- Buen día... ¿que necesita?
- Vengo a internarme.
- Ah, si...tome asiento que ya lo llamo.

La señora que estaba del otro lado del escritorio cumplía con su trabajo habitual: Tomaba datos, sacaba papeles, guardaba papeles y atendía el teléfono. Luego de firmar algunos documentos, donde básicamente dejaba de libre culpa y cargo al sanatorio por si algo salía mal y yo no volvía a caminar, volví a sentarme en la sala de espera una vez más. 17 minutos más tarde, una señora vestida de verde y un gorro en la cabeza, del mismo color, pronuncio dos veces mi apellido hasta acertar con el mismo.

- Tortorili, por acá…
- Tortolini, es mi apellido…
- Aahh, disculpeme señor tartalini…

El ascensor se detuvo en el primer piso y fuimos rumbo a la habitación 111. En el camino observe, que la 107, la 108 y 110 estaban las dos camas ocupadas, por lo que supuse que durante los próximos dos días iba a tener compañía. Pero no, la 111 estaba desocupada. Arriba de la cama, me esperaba una especie de delantal de gasa, junto a un gorrito y pantuflas, habitual vestimenta para la vida dentro de un quirófano.

- Desnúdate y ponete eso que en 10 minutos te vienen a buscar.

En otro contexto hubiera pensado que la fiesta estaba por empezar, pero luego imagine que estaba hablando de los camilleros. Puntuales los chicos vestidos de azules, estacionaron la camilla en la puerta y para no perder la costumbre, me llamaron por otro apellido que no es el mío. Por un momento pensé menos mal que no me apellido Yagnescosky, pero después imagine que la primera persona que me atendió lo había escrito mal.

Acostado en la camilla y tapado con una frazada térmica de color verde “Regastado”, nos dirigimos al mismo ascensor que había utilizado a primera hora, nada más que esta vez, subimos al quinto piso. En el transcurso de este corto viaje, uno de los camilleros charlaba por medio de su nextel con una compañera de trabajo. No es que yo sea chusma y me gusta escuchar conversaciones ajenas, pero hubo una frase que hizo que mi cara y la del otro camillero se sorprendieran.

- Anoche te me escapaste pero hoy no te salvas…
- Aaayy, Ricardo siempre tan romántico vos. ¿Que me vas hacer?. – Pregunto la mujer, sabiendo que la respuesta era una sola.

El ascensor pareció detenerse un instante. Por mi cabeza, y creo que la del camillero también, se cruzaron una serie de respuestas, de esas que suelen escucharse cuando una mujer pasa por la vereda de un edificio en construcción en plena hora de descanso de los albañiles. Pero no, Ricardo (a pesar de su primer intervención) resulto ser un romántico.

- Te voy a llevar a cenar y luego al cine. – Dijo Ricardo con voz de testigo de un juicio que buscaba encubrir un asesinato.
- Ah, bueno. Después hablamos. – Contesto, una desilusionada voz femenina.

Luego de un par de cargadas de su compañero y un Ricardo totalmente agrandado, llegamos al quinto piso. La puerta se abrió y junto a un reloj de pared que marcaban las 7.55 de la mañana, un cartel de color rojo y con letras mayúscula, me daba la bienvenida: QUIRÓFANO.