lunes, 1 de marzo de 2010

Un día en el quirófano - ¿Ultima parte?

"Que si hubiera habido algo que pudo ayudar,
no tendríamos que haberlo dejado escapar...
y esperar resulta tan difícil,
y esperar resulta tan difícil".
Te arrepiento - Massacre Palestina

- Buen día...
- Buen día... ¿que necesita?
- Vengo a internarme.
- Ah, si...tome asiento que ya lo llamo. – dijo la secretaria con cara de “a este pibe lo tengo de algún lado”…

Si, señora soy el que hace de repartidor de pizzas en la novela valientes. Claro, como no se va acordar si hace 6 meses vine con esta misma cara de dormido a internarme para realizarme una distensión del tendón de Aquiles, cuyos resultados todavía no están a la vista.

Eran las 8.20 cuando me designaron la habitación 221 en el segundo piso del Sanatorio Argentino de La Plata. Una hora más tarde me tenía que vestir para la ocasión por que los camilleros pasarían a buscarme para una vez más recorrer el hospital acostado en una camilla con cara de: Otra vez sopa…

Puntuales como de costumbre, los amigos vestidos de celeste estacionaron la camilla al pie de la cama. De un salto y ya con el camisón puesto, me acosté boca arriba en un nuevo viaje hacía el quirófano. Como el camino ya lo conocía, me dedique a escuchar las siempre divertidas conversaciones de los camilleros.

- AAAhhh, hoy vino clarita… - dijo uno.

- Si. Si te agarra te llena el estomago de agujeros. – acoto el otro, en un tono casi Borgeano

.- Vos bien sabes que a lo único que le tengo miedo es al cuco, y yo duermo con la luz prendida. - Concluyo al mejor estilo Cortazar, único en su especie.

Mientras me reía de lo acontecido dentro de ese ascensor, pensaba en si estos camilleros serían así con todos los pacientes o solo conmigo. El hecho era que un poco de humor antes de entrar a una operación no viene nada mal, aunque para mí parezca una cosa de todos los días.

Llegamos al quinto piso, la puerta se abrió e ingresamos a sector pre-quirófano. Los camilleros me desearon suerte un par de veces y quede en manos de una enfermera cuya cara también me era conocida. Ahí nomas me acomodo sobre un costadito, como quien queda en una sala de espera, nada más que me encontraba semi en bolas, acostado en una camilla y viendo como el indio Amado terminaba de dar las ultimas puntadas a un pie que había sufrido una fractura del quinto metatarsiano.

Diría que era un buen espectáculo si no fuera porque en minutos esa sería mi pierna. La enfermera alertada de que me había dejado en una mala posición, corrió la camilla un metro más atrás. Ahora si no veía nada, pero lo que había perdido en visión lo gane en audición. Me encontraba ubicado entre las dos puertas de entradas a los quirófanos 1 y 2; y mientras limpiaban y acomodaban el uno para hacer mi ingreso triunfal, en el dos, un grupo de seis médicos se preguntaban si era normal que la herida que habían hecho sangrara tanto. En ese momento di gracias a que me operaban con anestesia local.

- Che, como sangra no? – Dijo una voz asombrada.

- Si. Hasta lo que yo sé, es normal. – Acotó otro, no muy seguro.

En ese momento se acerca un medico y tocándome el hombro, pregunta en voz alta:

- ¿A este es el que hay que amputarle la pierna? – Pregunto con voz de que loco soy.

- No. Yo vine por el cambio de sexo. – Respondí mientras pensaba: “Vieeejoooo Puto”.

Luego de preguntarme el nombre, vino la pregunta obvia. ¿Qué te paso?[1] Una respuesta sencilla y sin detalles fue interrumpida por una enfermera que lo llamo de urgencia. El doctor sin perder tiempo se calzo los guantes y se sumo al resto que estaban analizando si tanta sangre en el cuerpo del operado era buena señal o no. Yo mientras tanto espiaba por el reflejo de una ventana y veía como las enfermeras iban de un lado a otro buscando los utensilios necesarios para detener la hemorragia.

Llevaba 45 minutos de espera, por lo que mis nervios prequirúrgicos se habían dispersados entre una cosa y otra. De repente, una voz femenina me aviso que en 15 minutos más me atendían, como si estuviera esperando para comprar un kilo de asado en la carnicería de Sánchez.

Víctor Hugo anunciaba por la radio que eran las 10:30 cuando ingrese al quirófano. Otra cara conocida me daba la bienvenida, esta vez era el anestesista que venía a ubicarme en posición de: “agáchame la cabecita y no te muevas. Dale que no duele”. La peridural corría por mi espalda rumbo a las piernas y los primeros temblores empezaban aparecer.

Una enfermera se acerca y pregunta si me encuentro bien y coloca otra vez la manta verde frente a mis ojos. Mi visión quedaba reducida, mientras que los oídos se agudizaban para escuchar una vez más las palabras mágicas: BISTURI…


[1] En lo que va de este año 2010, las estadísticas muestran que esta pregunta ya fue hecha más veces que en todo el 2009. Lo que hace que el autor empiece a contestar de mala gana y hasta se enoje a tal punto que conteste de mala forma, mostrándose descortés y a veces agresivo. “Sabrán entender”.

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