viernes, 8 de octubre de 2010

Relato de viaje a Malvinas

Hace unos días tuve la oportunidad de conocer a Mariano Grandi, periodista y locutor de radio Continental. Charla va, charla viene, me comenta que tuvo la oportunidad de viajar a las islas con los familiares de los soldados caídos en la guerra de Malvinas.

Seria muy egoísta de mi parte no compartirlo con todos ustedes....


“Ustedes son los pasajeros más especiales que tuve en mi vida. Lo que están sintiendo, yo lo viví al regresar, en otra oportunidad, de Malvinas. Es que mi hermano murió en la guerra y mis papás viajan esta noche con nosotros”. A diez mil metros de altura, Carina Massad, azafata de Austral, sorprendió a los familiares de los caídos en el conflicto de 1982, que volvían en un vuelo charter desde Río Gallegos a la ciudad de Buenos Aires. Fue un final a pleno del histórico viaje de 170 padres, madres, hijos y hermanos, que el sábado 3 de octubre pusieron un pie en las islas Malvinas tras cinco largos años de gestiones entre la Argentina y el Reino Unido.

CRISTINA LOS DESPIDIÓ

La jornada comenzó muy temprano. A las cinco y media –nadie había pegado un ojo por la ansiedad- los micros con los viajeros se pusieron en marcha hacia el aeropuerto de Río Gallegos. Dos horas más tarde, el gigantesco avión Airbus 340 de Lan Chile ya reposaba en la pista. Uno por uno, los familiares fueron arropados por Cristina Kirchner antes de abordar la aeronave. Sorpresivamente, la Presidenta recorrió a pie la helada pista del aeropuerto, hasta la escalerilla del avión. Lo hizo abrazada con dos mamás que no podían apartar la humedad de sus ojos. Desde las ventanillas, las cámaras digitales registraron ese momento histórico. Y desde la primera clase, exclusivos pasajeros con acento británico, tampoco quisieron perderse la oportunidad de tener una foto de la Presidenta argentina.

LAS ISLAS EN EL HORIZONTE

Muy pocos hablaban en los asientos mientras el avión se deslizaba sin turbulencias hacia la “tierra prometida”. Regina Pilca había comenzado el viaje mucho antes en Campo Quijano, su Salta natal.
Mientras estrujaba un rosario, respondió a este cronista que sentía que su hijo la iba a estar esperando cuando desembarcara. Es que el cabo primero Marco Antonio Lama falleció el 2 de mayo de 1982, cuando el submarino Conqueror torpedeó al crucero General Belgrano. Y más allá de algún homenaje en alta mar, Regina nunca tuvo un lugar donde llorarlo y dejarle flores. Por primera vez iba a poder hacerlo en el cementerio de Darwin. Y como ella, un centenar más.
Transcurrida una hora de viaje comenzó a recortarse en las ventanillas del avión la silueta desmechada de las Islas Malvinas. Así se ven desde el aire, como una enorme mancha marrón, surcadas por riachos e invadidas por las innumerables entradas del mar.

DESTINO

“Señores pasajeros, en minutos más aterrizaremos en el aeropuerto de destino: la temperatura es de 4 grados ...” contó el comandante chileno por los altavoces. Esa palabra –destino- fue acordada entre los Gobiernos de Argentina y Gran Bretaña para este vuelo especial. Se buscó no herir susceptibilidades, ya que también viajaban isleños. En cambio, cuando el mismo vuelo 993 de Lan Chile se posa una vez por semana, llega a las Falkland Islands.
La ansiedad contenida de los últimos días se descargó en un generalizado aplauso ni bien el avión tocó tierra. Las lágrimas comenzaron a rodar tan rápido como las ganas de bajar a tierra y abrazar las tumbas. Voluntarios de los Cascos Blancos argentinos, en coordinación con los efectivos de migraciones de la base de Monte Agradable (Mount Pleasant) agilizaron los trámites para que los 170 viajeros pudieran aprovechar al máximo las cronometradas cuatro horas de visita al campo santo.
Primero partieron los periodistas y detrás, en tres micros, los familiares de los caídos.

ARGENTINIEN CEMETERY

Por las ventanillas transcurre un paisaje muy similar al de la estepa patagónica: desolado, tapizado de pastos amarillos que devoran solitarias ovejas y con algunas colinas coronadas por restos de una nevada.
El visitante siente que las cosas no están del todo en su lugar: es que la señalización del camino esta en inglés, son indescifrables las patentes de los coches y el volante está recostado sobre la derecha, como en Gran Bretaña. El camino es de ripio, sinuoso y asusta de sólo pensar la posibilidad de quedarse varado en ese lugar. Luego de una hora de viaje un cartel anuncia “Argentinian Cemetery”. Desde lejos, resaltan las 230 cruces de lapacho, pintadas de blanco y perfectamente alineadas sobre prolijos caminos de canto rodado. A cada una le corresponde una lápida de granito negro con un nombre. Pero como no todos los caídos están identificados, se repite varias veces la inscripción traducida del inglés “Soldado argentino sólo conocido por Dios”.



JORGE Y OSMAR

Levantando la cabeza, la vista se posa sobre la enorme cruz de tres metros que domina la escena. También, en cada una de las placas de granito, que acomodadas como dos enormes brazos, tienen esculpidos los nombres de los 649 caídos en nombre de esta tierra. Entre ellos están Jorge Lorenzo Mendieta y Osmar Lorenzo Laporte, dos pasenses que quedaron atrapados en las entrañas del crucero general Belgrano. Impresiona pensar, en esa inmensidad, que un pequeño pueblo de la pampa húmeda haya ofrendado a dos de sus jóvenes en la gesta histórica argentina (no la de sus ideólogos, claro) más importante del siglo XX. Pero, a la vez, lastima comprobar el olvido en el que cayeron: no hay plazas, escuelas, calles o accesos que lleven sus nombres en Juan José Paso (o por lo menos no están lo suficientemente identificados).
Doris Sánchez perdió a su marido muy cerca del cementerio de Darwin, en Pradera del Ganso. Allí se produjo el ataque más demoledor de la Royal Air Force. Tras permanecer largo tiempo arrodillada en la tumba de su esposo, dijo que volvió a sentir la misma desesperación que cuando supo que había muerto. “Es como una película que se repite, es como si no hubieran transcurrido 27 años ... es como que pasó ayer” señala la mujer, que ya hizo otros viajes a las islas. Con ella coinciden muchos de los que viajaron por primera vez.

LA HORA DE LA MISA

El viento se ensañó con el padre Sebastián Combin, de Santiago del Estero, a la hora de la ceremonia religiosa, que concelebró con el local Peter Norris. Sopló con más fuerza, mientras las nubes escondían los escasos rayos de sol que hacían más llevadera la temperatura cercana al cero grado. “Las cruces no son signo de muerte sino de resurrección” dijo el religioso e invitó a pronunciar el Padrenuestro porque a “esta oración la rezaron mucho los héroes que cayeron en estas tierras”. Estoicos, los familiares sólo se movieron de sus sillas cuando fue el momento de las ofrendas. Dejaron rosarios, fotos, flores de plástico y estampas en una urna de cristal enterrada en la turba malvinense.

UNA MANO SOLIDARIA

Los anfitriones son un grupo de militares británicos de las tres fuerzas que hacen base en Monte Agradable. A ellos se suman una veintena de habitantes de las islas y Paul Martínez, primer secretario del Gobierno local, designado por la corona inglesa. Fue invitado por la Comisión de Caídos en Malvinas. Por su domino del español, estuvo muy activo en los detalles que permitieron la concreción de la visita. En tres carpas blancas, que apenas podían atajar el viento, se instaló un servicio de buffet con café con leche, “cookies” y sopas para asistir a los ateridos visitantes. “Dios te bendiga” le dijo una mujer a uno de los chicos de cachetes colorados que llenaba las tazas. El joven militar, nacido en el centro de Inglaterra, no entendió ni media palabra, pero respondió con una sonrisa. Como también lo hicieron otros, en su esfuerzo por hacerse entender en español. Por un momento, las heridas de la guerra que enfrenta a dos pueblos parecían diluirse. En medio de la desolación del paisaje -y del alma que devuelven las 230 tumbas- aparecía una mano solidaria, cordial, lejos de la frialdad o la distancia que harían suponer los reclamos contrapuestos sobre la propiedad de esa tierra. Parece ser que lo que la política o la diplomacia alejan, lo acercan, en cambio, este tipo de gestos. Después de 27 años, vale la pena volver a empezar.

Por Mariano Grandi
03/10/2009

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