Matamoro se mete en el fumadero de opio que está a la vuelta de la cantina del chino Juan Lao y describe cómo las mujeres se retuercen en espamos de un sensualismo afrodisíaco. En la isla Maciel, las putas francesas y polacas, conocidas como las loras por su forma de hablar, no paran de trabajar. Hay cuatro varones por cada mujer. Es mucho trabajo. Por suerte, desde Alemania, el laboratorio Merk les exporta cocaína para darles ánimo. En las tabernas de Suárez y Necochea, el pueblo se embriaga con ajenjo.
Pronto se irán todos a la concha de la lora...
Por Facundo Di Genova
Revista Rolling Stone
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