sábado, 19 de mayo de 2012

Hacerme el boludo es lo que mejor me sale.

Desde antes de salir de Argentina tenía bien en claro, que en la primera oportunidad que tenga de conocer alguna cancha de fútbol de las ciudades por las que viajase, no lo iba a dudar y me iba a pegar una vuelta por los estadios más representativos de dichos lugares.

Fue así que en Madrid nomás, me subí al metro y en el mismo día pase por el Vicente Calderón del Atlético Madrid y el Santiago Bernabeu del Real. En Barcelona, como no podía ser menos me di una vuelta en bici por el Camp Nou y otra a pie por el olímpico de Barcelona, lugar dónde se realizaron los juegos olímpicos de 1992 y donde actualmente el Español juega de local.
Cambie de país y en Italia (más precisamente en Roma) pude ver de afuera el Olímpico ya que los guardias no me dejaron pasar. Seguí viaje y en Florencia a pocas cuadras del hostel se encuentra la cancha de la Fiorentina, donde Gabriel Batistuta se ha cansado de hacer goles, pero que la gente del lugar no lo recuerda con mucho cariño.
Hace dos días llegue a Milán, ciudad que presenta dos equipos de características futbolísticas muy importantes a nivel mundial. El Inter y el Milán. Ambos hacen de local en San Siro, un estadio enorme ubicado a poco más de 20 min del centro.  Desde el día que llegue,  supe que tenía que ir y aunque sabía que la entrada era cara (13 euros) y que el día estaba feo, me subí, primero al Metrobus (trolex le llamo yo, pero creo que no se usa más. Es ese que anda a electricidad), luego al metro (subte). Después camine como perro unas cuantas cuadras.

Iba acompañado de mi cámara de fotos y mi buzo riverplatense (que a esta altura ya esta pegado a mi, al igual que los pantalones Adidas, que dicho sea de paso, es la mejor inversión que hecho en materia de moda en los últimos 10 años)  caminado por las calles de Milan hasta que  me choque con un cartel que me alertaba que la calle se cortaba porque están haciendo una nueva extensión del metro.
En un momento, dude en avanzar, pero me metí igual. La calle, como era de imaginarme, estaba cerrada. Pero como soy re porfiado seguí igual, hasta divisar un espacio entre la pared de la vereda y el alambrado que la cercaba. De ahí al estadio solo quedaban 200 metros. La llovizna ya no era tan leve y mis puteadas a el Inter, el Milán, Ibrahimovich y Milito se hacían escuchar.
Al llegar, el cartel principal decía “Bienvenidos a lo Stadio San Siro” (el nombre real es San Siro, pero cuando juega el inter lo llama Giuseppe Meazza, eso me dijeron). De adentro la voz del estadio se escuchaba cada vez más fuerte, seguido de gritos y aplausos. En la puerta me informaron que la entrada era valida para el museo y que el acceso a las tribunas estaba restringido por un evento que se estaba llevando adelante con niños (8 años, 9, como mucho) que competían entre sí en diferentes equipos.
De mala gana y puteando me metí al museo, el cual de entrada me pareció una cagada. Trofeos, camisetas autografiadas por los ídolos de los dos equipos locales y algunas remeras de ídolos de todo el mundo, entre ellos una vieja camiseta de Boca, con al publicidad Parmalat, autografiada por el Diego.
Sin muchas vueltas, y sabiendo que no había llegado hasta ahí para ver algo que podía ver por internet en mi casa o en el campo, fui en busca de una puerta, pasada o lo que sea que me lleve a las tribunas. No tarde mucho. En la primera nomas, le pifie y tras subir el equivalente a dos pisos por escalera termine en un baño. Baje a los pedos y puteando y cometí la primera infracción. Salte una valla y pase al anillo del estadio que no me llevo a ningún lado. Ya sin más vuelta no lo dude más y abrí una puerta que me metió de lleno en la platea baja detrás de uno de los arcos.
El de seguridad me miro, pero yo ni pelota. Pase derecho. Ni hola le dije. Igual no me iba a entender. Una vez metido en la platea pude observar de qué se trataba la cosa. La cancha dividida en 4, formaba cuatro canchitas (¿) chicas, como de futbol 5 y los pibes demostraban lo morfones que son, pegándole para adelante y no pasándosela a sus compañeros (como todo pibe, que cree que puede gambetear y en realidad no hacen más que perderla).
Tras sacar varias fotos del estadio, sus tribunas y el campo de juego. Fui más allá y encare para uno de los corners, donde una puerta custodiada por dos guardias era mi pasaje al verde césped. Haciéndome el boludo y con mi mejor cara de poker, empecé a tomar fotos y avanzar sobre la puerta entre abierta. En menos de lo que canta un gallo ya estaba desbordando por un lateral y nunca volví a mirar para atrás.
Entre ceja y ceja, tenía mi objetivo. El arco…

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