sábado, 1 de agosto de 2009

Un día en el Quirófano - Parte 1

Pintan mal las cosas para mi viejo,
pintan mal.
Maldición! Va a ser un día hermoso…

La voz del “indio” Solari, indicaba en mi celular que eran las 6.30 y había que levantarse. El 21 de julio amaneció lluvioso, fresco y sin desayuno para mí. Desde las 00.00 hs, en ayuna hasta nuevo aviso. Estudios en mano, salude a zaira, la nueva integrante cuadrúpeda de la familia, y baje desdeel3a, pensando que por 48 hs (mínimo) no volvería a mi hábitat. La S-10 ya estaba en marcha y a la espera para salir rumbo al Sanatorio Argentino.

- Buen día...
- Buen día... ¿que necesita?
- Vengo a internarme.
- Ah, si...tome asiento que ya lo llamo.

La señora que estaba del otro lado del escritorio cumplía con su trabajo habitual: Tomaba datos, sacaba papeles, guardaba papeles y atendía el teléfono. Luego de firmar algunos documentos, donde básicamente dejaba de libre culpa y cargo al sanatorio por si algo salía mal y yo no volvía a caminar, volví a sentarme en la sala de espera una vez más. 17 minutos más tarde, una señora vestida de verde y un gorro en la cabeza, del mismo color, pronuncio dos veces mi apellido hasta acertar con el mismo.

- Tortorili, por acá…
- Tortolini, es mi apellido…
- Aahh, disculpeme señor tartalini…

El ascensor se detuvo en el primer piso y fuimos rumbo a la habitación 111. En el camino observe, que la 107, la 108 y 110 estaban las dos camas ocupadas, por lo que supuse que durante los próximos dos días iba a tener compañía. Pero no, la 111 estaba desocupada. Arriba de la cama, me esperaba una especie de delantal de gasa, junto a un gorrito y pantuflas, habitual vestimenta para la vida dentro de un quirófano.

- Desnúdate y ponete eso que en 10 minutos te vienen a buscar.

En otro contexto hubiera pensado que la fiesta estaba por empezar, pero luego imagine que estaba hablando de los camilleros. Puntuales los chicos vestidos de azules, estacionaron la camilla en la puerta y para no perder la costumbre, me llamaron por otro apellido que no es el mío. Por un momento pensé menos mal que no me apellido Yagnescosky, pero después imagine que la primera persona que me atendió lo había escrito mal.

Acostado en la camilla y tapado con una frazada térmica de color verde “Regastado”, nos dirigimos al mismo ascensor que había utilizado a primera hora, nada más que esta vez, subimos al quinto piso. En el transcurso de este corto viaje, uno de los camilleros charlaba por medio de su nextel con una compañera de trabajo. No es que yo sea chusma y me gusta escuchar conversaciones ajenas, pero hubo una frase que hizo que mi cara y la del otro camillero se sorprendieran.

- Anoche te me escapaste pero hoy no te salvas…
- Aaayy, Ricardo siempre tan romántico vos. ¿Que me vas hacer?. – Pregunto la mujer, sabiendo que la respuesta era una sola.

El ascensor pareció detenerse un instante. Por mi cabeza, y creo que la del camillero también, se cruzaron una serie de respuestas, de esas que suelen escucharse cuando una mujer pasa por la vereda de un edificio en construcción en plena hora de descanso de los albañiles. Pero no, Ricardo (a pesar de su primer intervención) resulto ser un romántico.

- Te voy a llevar a cenar y luego al cine. – Dijo Ricardo con voz de testigo de un juicio que buscaba encubrir un asesinato.
- Ah, bueno. Después hablamos. – Contesto, una desilusionada voz femenina.

Luego de un par de cargadas de su compañero y un Ricardo totalmente agrandado, llegamos al quinto piso. La puerta se abrió y junto a un reloj de pared que marcaban las 7.55 de la mañana, un cartel de color rojo y con letras mayúscula, me daba la bienvenida: QUIRÓFANO.

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